Fue publicado en la ciudad de Guatemala en 1968 por el Instituto Indigenista Nacional junto con la Dirección General de Cultura y Bellas Artes. Está inspirado en los Anales de los Cakchiqueles.
Esta es una selección de los poemas. He dejado la numeración igual que en el original
La portada con ilustración del maestro Dagoberto Vasquez
Si pudiese ser dueño de la estrofa que en mis manos se agita
como un venadito salvaje cogido entre amarras;
si pudiese conservar el lenguaje de nuestros antepasados
sobre el éxodo al sol por los caminos del tiempo
por donde ellos vinieron sembrando amaneceres;
ese lenguaje sencillo, fresco, como el de la fuente
que resbala por las faldas de la montaña
sin más música que la que aprenden los pájaros,
sin más arte que el que hay en la tela
con la que la araña y el rocío cómplice
ponen trampas al sol de las mañanas,
escribiera esa historia magnífica, esa gloriosa epopeya
que realizaron nuestros antepasados en inmortales jornadas,
cuando por los caminos de la muerte
llegaron a posar sus plantas a la sombra
del árbol bajo el cual debiera amanecernos
a nosotros los cakchiqueles.
O escribiera un poema sencillo
que cantaran los niños cuando van a la escuela,
ligero e ingenuo, como el que ellos escriben
en sus juegos alados como fiestas de pájaros;
o una historia maravillosa como un cuento de hadas
o como una mañana de esta primavera
que da el pecho a la tierra en que soñamos la vida.
Escribiera un poema como flor de leyendas,
que brotase de esa historia que hemos venido tejiendo
desde que nos dieron nuestras armas en Tulán
para que nosotros mismos nos trazáramos nuestro destino
Escribiera este poema con el sabor de la sangre
con la que nuestros héroes abrieron los caminos,
para que los niños y los mozos de la tribu
se eleven sobre sí mismos por los pasos de la gloria,
sepan templar sus arcos, zumbar las hondas de pita,
pintar sus caras de coraje y bravura,
endurecer sus pechos
y enfrentarse a la ponzoña letal del enemigo
que amenaza con su furia a la ciudad confiada,
nuestra, por los designios de los dioses
y la sangre de nuestros héroes!
Pero hay que ser dueños del reposo en el lecho de la noche
y tener la virtud de escuchar las voces de los dioses
que hablan a los elegidos del vergo y la armonía.
Más, cada mañana alumbra el lucero el camino de los guatales
y la flauta del zenzontle apunta a la jornada
en los designios de la vida de las tribus,
para luego volver por los caminos de la tarde
llevando aún a cuestas el cacaxte del día,
incapaces de escuchar las músicas del crepúsculos
ni las voces de Dios.
que habla a oídos que esperan en estado de gracia.
Sólo este amor a la tribu,
sólo este amor a la tierra,
sólo esta inquietud por su destino,
ha puesto en nuestras manos esta página blanca
para que en ella digamos lo que deben saber nuestros hijos
y los hijos de nuestros hijos!
Vencidos como las espigas que rinde el viento
volvimos nuestros pasos a Tapeu y Olomán;
largos tiempos en silencio vivimos nuestra afrenta
y sin decirnos nada, escuchamos nuestros corazones.
Caminábamos silenciosos la senda de la angustia
paladeando el trago amargo,
oyendo el llanto que corría por nuestra sangre,
mirándonos las caras marchitas y desoladas.
Habíamos sufrido una derrota
porque no habíamos velado a lo largo del ensueño,
porque dejamos que se perdieran nuestros ojos
de maravilla en maravilla
olvidando que detrás del encanto está el desencanto
como el punzón traidor de la abeja de miel.
Celebramos consejo buscando nuestra salvación
y escuchamos a los representantes de todas las tribus;
unos señalaban el camino del cielo,
otros el pico de las guacamayas,
aquel los valles tendidos, las llanuras abiertas
y los más nos perdíamos sin caminos.
Al fin, decidimos internarnos
cada grupo siguiendo su rumbo, su enigma.
Sufrimos esta derrota, decían nuestros abuelos
porque así lo han querido los dioses;
porque no nos había fallado el aliento,
ni había caído el brazo acobardado,
ni el miedo desviado la dirección de la honda,
ni se había amellado el chay de nuestras lanzas,
ni helado la sangre en las venas de los héroes;
sufrimos esta afrenta porque somos hombres y no dioses
y los hombres debemos templar nuestros pechos
cayéndonos y levantándonos con nuestro propio esfuerzo.
Así tendremos que llegar al país que hemos soñado,
la tierra que palpita en nuestros corazones,
la que hace florecer nuestros rostros.
Cuando el mal se desborda es como si una noche
sin auroras cayese dispersando el estrago;
cuando el terremoto sacude su ira
o azota la tempestad las playas desoladas;
cuando las fuerzas ciegas que rige el espanto
se empeñan contra la obra de los siglos
y lo que amasa el hombre con amor y con sangre
y se derrumba el estruendo en un fracaso de lujurias,
es inútil querer anticipar el alcance
de la cosecha trágica.
Es cuando el hombre siente su soledad,
su inmensa soledad en la eternidad del infortunio;
es cuando se siente juguete de fuerzas incógnitas
como una ala perdida en la furia del torbellino;
es cuando desconfía del dios de su cacaxte
y del fin de su vida y del por qué de sus luchas.
Pero, decían nuestros abuelos
cuando nos veían ahogándonos en la incertidumbre:
Debemos pasar por estas pruebas serenos y limpios
y pesar en la labor constructiva.
Son éstas, como pruebas para los hombres fuertes,
para las tribus que deben alcanzar su destino.
Es la oportunidad de exponerse a caídas
para levantarnos con nuestras propias fuerzas.
Debemos caer para levantarnos
como los niños cuando comienzan a conquistar sus piernas
cayendo y levantándose cada vez con más brío.
Aprendemos a salir de las tempestades
con la cabeza coronada de espigas rojas
en los ojos la luz d elas estrellas
y el corazón dispuesto a escalar imposibles.
No hay mérito en ser libres porque nos hagan libres
sino en hacernos libres luchando desde esclavos;
no hay mérito en ser puros porque nos hagan puros
sino en ganar la lucha contra Kaxtoc, el demonio.
En el mar agitado, en el remolino de las aguas,
es en donde la carne se hace fuerte
y Dios fermenta la sangre de la gloria.
"No temáis, nos decían,
a lo que es el lado izquierdo d ela vida.
Así como en la semilla que germina
hay lo que habrá de consumirse
para servir a lo que ha de ser mañana
fragancia, fruto, sombra, rumor de voces, ecos,
del polvo de la gloriapor los camino sde la muerte
habrá de levantarse la tribu,
dueña de sus victorias, dueña de su destino,
con sus lanzas florecidas en espigas de oro
y la sangre en celajes de los amaneceres.
Cuando lleguemnos a la tierra que se nos ha destinado,
tendremos a Dios en su morada
y a nuestros pies a Kaxtoc, vencido!"
El triunfo del demonio que cobra sus conquistas
es el incendio de las pasiones llameantes,
se desvanece apenas asoma el arco en el cielo
y el hombre se levanta como un dios resurrecto
más alto que el pretil en que sufrió su caída.
El hombre lo humilla cuando se encuentra a sí mismo
y eleva su corazón a los más puros anhelos.
Por eso, de los informes escombros,
su voluntad hace surgir la vida
por la chispa sagrada de su propio santuario,
como el fuego d ela ceniza adormecida.
Tras la derrota, el hombre liberado
se echa a su Dios a cuestas
y sigue su camino con la cabeza encendida
ardiendo en su ideal que es la estrella lejana
con la que su esperanza tiene un ritual entendido.
Así habremos de llegar a la tierra que espera,
decían los abuelos
la que está más allá de nuestras lcuhas,
la que en las noches serenas,
nos hace signos desde la luz de las estrellas.
Ciega como la fatalidad se mueve la masa humana
en el torbellino de locura de las pasiones.
Cuando se precipita como un río de furias,
falla la voz de los dioses para alcanzar su oído
lo mismo que sus manos para enderezar el rumbo.
En su embriaguez se niegan los valores más puros:
Dios, la tribu, el rey, el amor,
la dulce voz del corazón gemelo,
el grácil parpadeo de la aurora,
la música del alba, el canto vespertino de las tórtolas,
la oración de los pinos al oído del viento,
el fulgor de infinito del anciano en los ojos,
la alegría solemne de los niños
el bien que se derrama de una mano tendida,
la oración de silencio con la que asciende el día.
Por eos los audaces embradores de estragos
lanzan en torbellino de pasión a las tribus,
hacen del hombre una partículo mísera,
un gránulo que cruge [sic] en el derrumbe trágico,
ajeno a la conciencia y a la voz de los dioses
movidos desde el fondo ancestral de la horda
y por las malas artes de Kaxtoc, el demonio.
Entonces, ciega, sorda, impulso a la deriva
quema sus templos sagrados,
desconoce a sus ídolos,
hace escarnio de sus dioses,
echa por tierra al árbol que acogía su sueño
y ni ella misma sabe el daño que se hace.
Más llega ese momento en que un hecho siniestro
hace luz en el fondo de su abismo,
como cuando cae herido el corazón que tiene
un pasado de mieles,
o como cuando un grito de odio
apaga la estrella familiar al crepúsculo,
o como cuando la víctima
perfuma con su savia el chay que la ha herido,
entonces, al instante se ilumina su entraña,
y cae en la verdad de su hondo desamparo,
de su propia miseria,
porque nunca es el hombre más mísero
que cuando se ha perdido en sí mismo,
decían los abuelos.
Tal sucedio a las turbas frente al gran Qicab,
con sus gritos helados, desmontados sus arcos,
cosida al paladar la lengua altanera,
dieron la vuelta cabizbajos...!
Pero el rey les devolvió el aliento dándoles el poder
abriendo entre las tribus insondables abismos.
Porque, en verdad, el cielo
era una página limpia o, mejor, un espejo
que reflejaba la paz de nuestros corazones;
aunque las tribus se empeñaban en la forja del día
como si en nuestra vida no desfilasen nubes;
aunque en las milpas el sol gestaba las espigas de oro
aún más prometedoras que los penachos de plumas;
aunque las mujeres volvían de los barrancos cantando
trayendo el agua en cántaros como hijos al costado;
aunque los niños seguían cantando sus himnos
con sus piernas ágiles y sus voces de pájaros;
aunque siempre escuchábamos el canto sonoro
que se elevaba de los ranchos al rodar de las piedras;
aunque en las noches serenas en el comal del cielo
se tostaban las tortillas de oro de los dioses,
seguía el mal tejiendo su petata de hortigas
cada vez con más furia hasta armar la traición.
Las noches se entregaron a cercenar cabezas,
porque los ciegos del espíritu
se arrojan implacables sobre las cumbres
como la flecha de los dioses desde el cielo.
Así fueron cayendo los nobles sacerdotes,
los que sanaban las mordeduras de las víboras,
los que curaban las hinchazones de la sangre,
los que hacían la luz en las tinieblas,
los que recibían a los niños que bajaban del cielo,
los que destrozaban los caminos de la justicia,
los que en lugar de servirse de los vientres vacíos
como tambores de escándalo,
abrían sus colmenas en las bocas huérfanas
y daban su calor a las carnes heladas.
Así iba cayendo con su complicidad de la noche
lo mejor de la tribu!
Mientras la masa se mueve en su estructura caótica
todo es como una eterna fermentación de estragos.
Una hoja que cae es un fatal pretexto;
una gota de agua precipita un siniestro,
un grito sin un pecho que lo exprima,
una mirada oblicua,
un gesto...
Tal sucedió esa vez
cuando aquella mujer de nuestra tribu
fué a Gumarcaah para vender tortillas.
Es esbelta la palma porque lleva
en su cabeza su canasta airosa,
y era esbelta y era ondulante el paso
de aquella vendedora acostumbrada
a guardar equilibrio con el cántaro
o el canasto marchando a brazo suelto.
Un soldado la vió pasar cimbreante
y se quiso insinuar haciendo escándalo
robándole tortillas con violencia
como hacen los chiquillos cuando anhelan
conquistar a un amigo sin palabras.
La mujer se indignó ante la osadía
y el amante soldado solo obuvo
como premio a su audacia
un racimo de moras maduras en la cara.
Los quichés ofendidos, heridos en su orgullo,
pidiera se les diera a la agresora
para vengar la afrenta
so pena de destruir a los tzotziles
y a los tukuchés, aliados nuestros.
A Qicab exigieron que acordara el mandado
pero el rey frenó en firme el inicuo propósito
e hizo llamar a nuestros reyes!
-"Oh, hijos míos! les dijo-
Abandonad estas regiones y el gobierno
que juntos compartimos! Dejádselo a esos perros!
Id a Iximché! Construid vuestra ciudad!
Fortaleced las tribus!
Mi maldición y vuestra gloria irá contra ellos!
Que nuestro dios os acompañe!
Arriba! -gritábamos los mozos- Arriba!
Arriba, hormigas que hay miel en las gotas de rocío!
Arriba mozas del canto matinal con la sangre cristalina
del pecho herido de la montaña!
Arriba mozos, sobre el vientre de la tierra
en donde el sol fecunda las semillas
y está el sudor en la espiga de oro!
Arriba tambores y aprisa flautas sonoras
cantando la canción de la vida
para bailar sobre la tierra la danza de los héroes,
sobre la sangre de la gloria,
roja en los frutos y en los celajes del amanecer!
Así gritábamos y danzábamos los mozos
tras las jornadas de la siembra
y de la espiga
ebrios en los milagros de la excelsa alegría!
Kaxtoc está vencido -gritábamos-
Hemos encontrado a Iximché!
Pero nuestros padres y nuestros abuelos
frutos maduros del tiempo,
con la mirada perdida en el pasado,
nos decían dejando caer las palabras
al ritmo de sus años;
"Iximché está aún lejana,
germinando debajo de la sombra. Caerá
Con las manos que la vienen edificando
dos y cuatro veces y ocho veces mil,
hasta que el amor a la tierra y a la tribu
esté en las manos y enl a sangre;
porque el amor es darse, es entregarse
en las palabras y en la obra;
hasta que comprendamos que en nuestras tradiciones
está la fuente sonora que alimenta la gloria
y que la tierra nuestra es sostén de lo que somos;
el maíz y el agua y la luz y el viento
y el tibio calor de la noche tendida;
hasta que comprendamos la hermandad en la tribu y en la sangre
que debemos amar
como las ama el sol y la lluvia y el viento.
Que por ella debemos dar la vida
en vez de arrebatarla al hermano en su nombre;
hasta que en nuestros hijos hagamos devociones
que la sigan amando!
Solo así será nuestra para siempre
la tierra que hemos salvado de las sombras,
de las derrotas,
de las victorias,
de la muerte!
Bella como un amanecer,
grande como el cielo y el mar,
tierna como una flor,
alegre como una fiesta de los dioses!
Así nuestra historia habrá hecho su obra
y nosotros seremos dueños del tiempo,
porque no hay baluarte más fuerte que el amor a la tierra y a la tribu!
Como nuestros antepasados que la levantaron,
seamos fuertes en sostenerla en nuestros brazos
y, fuertes tendamos las manos amigas
a todas las tribus presentes o ausentes
con el corazón suspendido sobre las lanzas erguidas
y el amor en los labios y en el corazón.
Así será Iximché la ciudad poderosa,
nuestra,
fuerte,
eterna,
luminosa,
libre!"
Así nos lo dijeron los abuelos
cuando ebrios de victoria nuestros gritos domaban el aire
y nos sentíamos más grandes que el destino,
mientras vagaban sus ojos por los cielos de la tarde
recorriendo los viejos caminos
marcados por estelas de sangre heroica
tributo de nuestros héroes!