Cocinando el desarrollo

Pensar en desarrollo implica pensar como cocinero.

Para generar desarrollo no necesitamos solo carreteras, así como para hacer cocido no necesitamos solo costilla de res y bolovique. Necesitamos la hornilla, la olla y los utensilios de cocina, así como los vegetales, las tortillas, el aguacate, el limón, el chiltepe, etc. Y también la receta que nos permita comprender cómo los distintos ingredientes se pueden combinar.

Si queremos hacer un buen cocido, tenemos que prestar atención a quienes en nuestra familia hacen un buen cocido y experimentar en la cocina. De igual manera, si queremos empresas que contraten un gran número de trabajadores y paguen mayores salarios, tenemos que prestar atención a las condiciones que en otros países tienen empresas similares. Google y Toyota no solo cuentan con una buena carretera. Google y Toyota no están en medio del Polochic con el riesgo de invasiones, apoyados por narcos. No tienen que afrontar el mal flujo eléctrico. No tienen trabajadores con un promedio de solo seis años de educación. No tienen que sufrir procesos aduanales lentos. No tienen que crecer acudiendo solo a préstamos bancarios con altas tasas de interés.

Lo que tenemos que hacer es pensar en términos de la receta del cocido. No podemos utilizar una buena carretera como un sustituto de créditos baratos para maquinaria o de electricidad barata y con flujo constante, así como no podemos solo agregar costilla de res y olvidarnos de agregar yuca o papa. No funciona. Créanme. Por eso al pensar en términos de desarrollo necesitamos pensar en términos de paquetes de políticas, de la misma manera que para pensar en preparar el cocido necesitamos pensar en términos de los ingredientes y de la receta.

Pensar en términos de paquetes de políticas (la receta), y no en políticas individuales (un ingrediente), nos lleva a pensar en términos de límites y de resultados. Los límites definen qué tanto podemos, dada la cantidad de ingredientes. En esencia, tenemos dos límites: el presupuesto disponible y, más importante aún, la cantidad de políticos y de funcionarios públicos de alta capacidad para implementar proyectos. Así pues, realmente no podemos pensar en 300 municipios o en 22 cabeceras departamentales. A lo sumo podemos pensar en 3 o 4 ciudades en el país donde se apuesta de manera fuerte a la inversión en vivienda y en transporte público para promover la migración interna hacia estos núcleos de desarrollo. Al final, lo importante es desarrollar a las personas, no los lugares.

Pensar en los resultados define qué queremos obtener. Esto nos lleva a revisar la evidencia y a tomar decisiones. Algunos se inclinan por enfocarse en los lugares más pobres, como el altiplano guatemalteco, para así invertir allí y reducir la pobreza. El problema es que se requieren grandes inversiones para lograr resultados mediocres, como lo evidencia la inversión en lugares pobres y alejados de la costa en África y en Estados Unidos, como en los Apalaches. Otros consideran que hay que enfocarse en los lugares donde ya hay desarrollo, como la ciudad de Guatemala. El problema es que, cuando hay límites geográficos e institucionales para renovar la infraestructura, solo se genera congestión. La tercera alternativa es invertir allí donde hay alto potencial de crecimiento del empleo de mejor calidad, como las ciudades que ya tienen una infraestructura mínima y están bien posicionadas para exportar porque están cerca del mar y, por lo tanto, tienen acceso a agua y a bajos costos de exportación e importación (y se evita uno el tráfico de ir a la ciudades en el interior). Por eso Nueva York es un puerto, como también lo son Ámsterdam, Buenos Aires, Barcelona, Hong Kong, Tokio, etc.

Claro, generar desarrollo es mucho más complejo que cocinar cocido. Pero, cuando leo u oigo a muchos de los expertos en desarrollo hablar de las prioridades para Guatemala, me doy cuenta de que no les haría mal pasar un tiempo en la cocina con mi abuelita.


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July 03, 2017