Juan Alberto, o el (intento de ser) reformador (en Guate)

Para reformar el país se requiere tener vocación de masoquista

Antes pedíamos que los reformadores se fueran al exilio o murieran. Hoy, en Guatemala parece que quienes quieren ser reformadores sólo tienen dos opciones: o ven su obra desaparecer, o terminan en la cárcel.

No me interesa defender a Juan Alberto Fuentes Knight. No sólo lo miro como un adversario en muchas de mis propuestas de política económica. También considero que su rol en generar instituciones como ICEFI han sido un desastre para la establecer buenas políticas en el país. Así que cualquiera podría asumir cómodamente que me alegro de su actual situación. No es así.

Creo que es necesario defender lo que significa ser un Ministro de Finanzas y lo que significa (intentar) ser un reformador en Guatemala. Y esa vocación hace que vea como pusilánimes a quienes lo critican con rencor “desde su propio bando”. Criticar desde la tribuna es fácil. Criticar conociendo las interioridades del problema no sólo es hipocresía: es peligroso. No necesitamos guillotinas robespierranas, ni torturas inquisitoriales.

Sólo si usted es un maniqueo con gestos teatrales puede pensar que todas las decisiones son entre algo bueno y algo malo. Muchas veces, las decisiones que hacemos son entre algo malo y algo menos malo. Me pongo en los zapatos de Juan Alberto. ¿Acaso una reforma fiscal para cambiar el país y ofrecer servicios públicos no era un riesgo que valía la pena correr? Asumiendo que no robó (y hasta el momento no he oído que haya evidencia de ello), ¿acaso no es esto algo que valioso? ¿Acaso darle a ese sistema corrupto Q.270 millones una vez es insignificante si ello permitiría en el futuro una reforma para lograr Q.2,000 millones cada año para dedicarlos a mejores servicios públicos? No digo que supiera cómo hacerlo (tengo mis serias dudas). Sólo digo que si esa era su inspiración, los ataques en su contra por la negociación sólo demuestran ingenuidad política y una moralidad de primera comunión.

Si uno quiere reformar el país y hacerlo sin caer en las tentaciones de Juan Alberto igual se tiene que tener una vocación de masoquista para estar dispuesto a sufrir mientras la voracidad de un sistema indiferente y corrupto destruyen lo construido. Pensemos en dos ejemplos de reformadoras que no cedieron a la negociación política. Por un lado, María del Carmen Aceña cuando fue Ministra de Educación. ¿Acaso no fue interpelada de manera infructuosa? ¿Acaso no hubo oposición fuerte de los Diputados y del sindicalismo? ¿Acaso el siguiente gobierno, conformado por Diputados que la atacaron, no echaron para atrás varios de sus programas? La experiencia de Lucrecia Hernández Mack es similar en el Ministerio de Salud. Ellas dejan su cargo y lo único que le depara a sus esfuerzos es su destrucción por el sistema. Y, todo el desvelo, todo el compromiso, toda la dedicación de estos reformadores, se va por el drenaje de la mano de políticos sin escrúpulos.

Quienes esperan el cielo en la tierra, tendrán que esperar el final de los tiempos. Mientras tanto, nos hemos quedado sin ángeles en la tierra; aquí abundan los pícaros. ¿Acaso quienes queremos reformar el país debemos esperar a que estos pícaros vean la luz para trabajar por el bien del país? ¿Acaso estos pícaros no son los primeros en corromper el sistema mientras se toman fotos recibiendo bendiciones de autoridades religiosas?

Esta no es una apología al delito, claro que necesitamos poner tras la cárcel a quienes presionaron para quedarse con esa tajada del gobierno para proveer los servicios que no proveyeron, en la calidad esperada. Lo que intento escribir aquí es una apología del elegir el mal que daña menos. Y reconocer que posiciones como ser la cabeza del Ministerio de Finanzas requiere, muchas veces, negociar y promover proyectos desastrosos para lograr la gobernabilidad. Vale la pena voltear a ver a Estados Unidos y a Europa, donde el clientelismo político, de la mano de los “pork barrels,” son el mecanismo para lograrlo.

A forma de epílogo, les dejo un par de recomendaciones para que mediten sobre esto. Quien guste de la ciencia política, le recomiendo el ensayo sobre Mirabeau, escrito por José Ortega y Gasset. Quien guste de literatura, le recomiendo el cuento sobre Judas, escrito por Jorge Luis Borges.