Guatemala como rompecabezas

Me encanta conocer jóvenes chapines que regresan a Guatemala y vuelven con las baterías, las mentes y el corazón llenos de ilusión por trabajar por su país.

Pero me he dado cuenta de que, al mes de estar de regreso, los golpea la realidad. Se dan cuenta de que es difícil encontrar empleo y de que es más difícil aún encontrar jefes en el sector público que sepan apreciar sus habilidades. Además, si encuentran empleo, está el problema del título. Conozco a varios a quienes el Gobierno ofrece pagarles un salario de bachiller a pesar de tener licenciaturas, maestrías y doctorados de universidades de primer nivel. Con el tiempo vienen otros golpes. Muy pocos profesionales chapines ven con buenos ojos a estos jóvenes que regresan al país. Además, está la lentitud de los procesos dentro y fuera del trabajo, incluyendo la necesidad de tener que convencer a 25 instituciones que bloquean procesos por capricho. A ello agréguese que el sector privado, los medios de comunicación y la academia no entienden por qué ciertas propuestas son importantes para el país y por qué deberían estar apoyando dichas iniciativas. Muchos terminan regresando al exterior, donde encuentran mejores trabajos, mejores salarios y ciudades más desarrolladas. Muchos encuentran que es más fácil obtener un empleo con buen salario trabajando en Londres o en Washington D. C. que obtener un empleo que pague salario de bachiller en el Ministerio de Economía o en el Banco de Guatemala. Otros, sin embargo, se quedan.

Esta semana, un par de amigos, una que regresó con maestría de Escocia y otro con maestría de Chile, me molestaban diciendo que yo seguía viviendo en la etapa del amor platónico por Guatemala, ya que sigo estudiando en el extranjero, pero que, como ellos, a los meses de regresar voy a dejar esa etapa. No lo dicen con amargura ni resentimiento. Lo decían más como advertencia para que me preparara. Y los entiendo. En Guatemala el problema no es solo la coyuntura. Está más que justificado sentir frustración por el liderazgo político, económico e intelectual del país, así como por su incapacidad de generar propuestas de desarrollo y de saber implementarlas.

Y platicando con ellos es como me di cuenta de por qué algunos chapines regresan y deciden establecer una gran parte de su futuro profesional en el país. Ellos no piensan que Guatemala sea una novela mexicana en la cual mágicamente las cosas se vayan a resolver al regresar al lado del ser amado.

Para ellos, desarrollar Guatemala es un rompecabezas. Desarrollar Guatemala es un reto. No es algo de hadas madrinas que convierten calabazas en carrozas. Es de arremangarse la camisa y de trabajar. Es de sentarse a armar estrategias porque, conforme pasa el tiempo, uno se da cuenta de que no es un rompecabezas de 25 piezas, sino de 25,000. Claro, además de eso, ¡han tenido mucha suerte! porque se les abren algunos espacios dentro del Gobierno, la cooperación internacional y el sector privado para seguir apostando por el país sin sacrificar la calidad de vida que quieren ofrecerle a su familia. El problema es que estos espacios no abundan. Y con la incapacidad de establecer buena política económica, esto sigue siendo difícil.

Por último, les mencionaba que eso que ellos interpretaban como amor platónico u optimismo también podía interpretarse con la metáfora del rompecabezas. Estar lejos ayuda a ver mejor los patrones en los colores y las formas del rompecabezas, lo cual es difícil cuando uno está cerca. Permite ver ciertas piezas y ciertos patrones que, cuando se está cerca del problema, no es fácil ver. A veces hay que darles vuelta a las piezas y reordenar el tablero de manera distinta para avanzar.