Para lograr el desarrollo, Guatemala necesita apostar en los próximos 20 años a dos estrategias. Por un lado, la creación de empleo industrial y minimizar el empleo en el agro y en el comercio informal. Por otro, la absorción y la generación de tecnologías que permitan una constante mejora de la estructura productiva del país.
Ambas estrategias son complementarias, pues la posibilidad de mayores salarios depende de mayores inversiones en tecnología, y la posibilidad de mayores inversiones en tecnología depende de contar con trabajadores que, en lugar de estar en la agricultura o en ventas callejeras, tengan capacidades para insertarse en procesos productivos que dependen del manejo de maquinaria y de tecnología cada vez más compleja.
¿Por qué una estrategia favorable a la tecnología?
La evidencia histórica permite comprender que es la tecnología el principal elemento que explica el desarrollo económico que ha experimentado el mundo desde la Revolución Industrial (Clark, 2007; Mokyr, 1990). En dicho proceso, el Gobierno tiene un rol esencial y necesario en el desarrollo tecnológico desde el desarrollo de la lana en Inglaterra, la seda en Occidente y en Japón y Silicon Valley en Estados Unidos hasta todo el desarrollo tecnológico experimentado en las últimas décadas en Japón, Taiwán, Corea del Sur, Singapur y China (Amsden, 1992; Bertuci, 2013; Chang, 2002; Greene, 2008; Jacobs, 1985; Kim y Vogel, 2013; Lee, 2000; List, 2011; Ma, 2004; Mazzucato, 2014; Reinert, 2008; Studwell, 2013; y Vogel, 2011).
¿Qué implica el impulso de una política de absorción y generación de tecnología para impulsar el desarrollo de Guatemala?
Uno puede pensar que hay varias estrategias que necesitan implementarse:
¿Cómo podemos pagar por esta política de absorción y generación de tecnología e impulsar su aprovechamiento por parte de la economía guatemalteca?
El economista Alfred Marshall señalaba que en el proceso de desarrollo económico se justificaba la imposición de impuestos a aquellas actividades que experimentan rendimientos marginales decrecientes a favor de apoyar actividades en las cuales se experimentan externalidades positivas y los retornos crecientes de escala. Es decir, ponemos impuestos a las actividades en las cuales el crecimiento se hace a costa de tener cada vez menores ganancias y salarios por unidad adicional producida, a la vez que se subsidian las actividades en las cuales el crecimiento genera cada vez mayores ganancias y salarios por unidad adicional producida. Por ejemplo, cada vez que se quiere expandir la frontera agrícola o la producción en una mina se hace en tierra cada vez menos productiva y con trabajadores cada vez menos productivos (o se van a otro país a invertir). Por eso es, entre otras razones, que la calidad del empleo en dichas actividades, cuando ocupan a un alto porcentaje de un país, es tan bajo. En el sector industrial y en el tecnológico, incrementar la producción implica que el costo fijo se distribuye entre más unidades producidas, lo que permite incrementar la utilidad y el salario. Agreguemos el hecho de la demanda de trabajadores más educados. A eso agreguémosle el hecho de que las actividades agrícolas y mineras tienden a sufrir de crisis constantes, lo que hace muy riesgoso querer depender de dichas actividades como modelo de desarrollo.
¿Qué implicaría en la práctica el consejo de Alfred Marshall?
Yo sugeriría imponer un impuesto a las exportaciones del sector agropecuario y del sector minero equivalente a un 5% del valor exportado. De este, el 70% debería ir orientado a la implementación de la política de absorción y generación de tecnología, mientras que el 30% debería destinarse a financiar las mejoras en competitividad que se requieren para hacer uso de dicha tecnología. Es decir, si vamos a crear nuevos tejidos sintéticos, de nada sirve crearlos si no vamos a ofrecer condiciones favorables para que las empresas tengan bajos costos de energía eléctrica para poder producir dichos tejidos.
Dicho monto no es suficiente para lograr las inversiones en ciencia y tecnología que hacen los países desarrollados. Sin embargo, es el primer paso. En la medida en que se acelere el crecimiento económico será viable reajustar la política tributaria para permitir mayores niveles de impuestos que vayan a ciencia y tecnología. Y uno podría pensar entonces en que cierto porcentaje del ISR sea el que se dedique a ciencia y tecnología.
¿Quién debe recibir dichos recursos?
Creo que necesitamos replantearnos la institucionalidad actual. Ni la Senacyt (Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología) ni el Pronacom (Programa Nacional de Competitividad) cuentan con la institucionalidad adecuada para poder implementar los proyectos necesarios. Claro, ambas entidades necesitan un espacio en el gabinete de Gobierno para poder coordinar esfuerzos con otras entidades, así como contar con el oído del presidente para tener el soporte para sus proyectos. Sin embargo, es probable que sea necesario impulsar nuevos modelos de gestión. Cabe señalar el contraste. La Senacyt tiene ley, presupuesto y participación pública y privada, pero no se ven resultados. El Pronacom no tiene ni ley ni presupuesto, pues suele depender de lo veleidoso del endeudamiento externo.
Tal vez hay que pensar de maneras distintas estas instituciones para que logren todo el impacto deseado y tengan las herramientas adecuadas a su disposición. La idea de que funcionen como empresas públicas podría ser un modelo que debe explorarse, pues les permitiría mayor agilidad y flexibilidad para poder contratar a los mejores trabajadores, pagarles un salario atractivo, ofrecer adecuadas condiciones de trabajo y poder implementar proyectos de manera rápida. A ello habría que agregar la posibilidad de permitirles generar empresas mixtas para el establecimiento de proyectos independientes, como laboratorios o centros de investigación en ciencia básica.
P. S.
La respuesta a Ricardo Barrientos de mi artículo sobre incentivos fiscales la hice en la sección de comentarios de su columna. Lo mismo con Ricardo Berganza. En cuanto a Álvaro Velásquez, por lo pronto lo hice vía el muro de Enrique Naveda en Facebook. Espero responder a Byron Ponce el fin de semana, aunque realmente espero generar una columna al respecto en la cual trato el tema agrícola, el cual ya abordé brevemente en mi respuesta a Ricardo Berganza. En resumidas cuentas, creo que el tema agrícola es importante, pues se necesita para una estrategia de desarrollo. El problema es el empleo agrícola, el cual, si no es lo suficientemente productivo, termina siendo un mecanismo para perpetuar el ejército de reserva para los monocultivos de exportación.
Referencias
Published in Plaza Pública: https://www.plazapublica.com.gt/content/desarrollo-tecnologia-e-impuestos
April 13th, 2015